Y, adicionalmente, ¿qué en concreto debe ser propiedad pública?
Hablamos en el artículo anterior (aquí) sobre el concepto de propiedad. No vamos a entrar en valoraciones de lo que opinan los colectivistas o los individualistas, sino que nos centraremos en modelos de sociedades donde hay algún tipo de equilibrio entre propiedad pública y propiedad privada.
Nuestra sociedad tipo va a estar formada por tres individuos que deben gestionar un total de un 100% de propiedad disponible en un ecosistema. En un reparto absolutamente individualista, en un escenario completamente inmovilista (no existen cambios, no existe la entropía), cada uno de ellos sería el responsable/propietario de un 33% de esa propiedad; propiedad a la que vamos a empezar a referirnos como «recursos«.
No vamos a contemplar la capacidad de crear nuevos recursos en estos ejemplos, porque implicaría explicar procesos más complejos (la economía, básicamente).
¿Existen los escenarios inmovilistas?
La realidad es que no. Todo cambia, incluso en los ecosistemas que creemos autocontenidos y cerrados. La entropía (como la tendencia de los sistemas a degradarse con el paso del tiempo) existe. Por lo que, lo primero de todo, cualquier sociedad que quiera sobrevivir debe contemplar el cambio como elemento relevante.
Además, la entropía requiere de acciones para contenerla: debemos invertir en mantenimiento o algunos recursos terminarán degradándose hasta ser inutilizables (esto es lo que dio origen al concepto de la amortización-depreciación, del que hablaremos más adelante).
Como premisa (incluso axioma) vamos a asumir, en consecuencia, que es imposible vivir en ecosistemas perfectamente estables (inmovilistas).
Hay infinitos ejemplos, pero sirvan unos pocos evidentes: inviernos duros, sequías, veranos especialmente cálidos, tormentas agresivas, ¿meteorito?
¿Cómo afrontamos cambios imprevistos?
Imaginemos que somos conscientes de que pueden ocurrir «cosas» que provoquen cambios en el ecosistema en el que vivimos.
Sería indiferente un enfoque colectivista o individualista, dado que en ambos escenarios deberían existir planes para tratar esos imprevistos, ya fuera desde una propiedad colectiva o desde una propiedad individual. Dentro de esos planes, la lógica dicta que deberían sacrificarse recursos de hoy para prevenir potenciales problemas de mañana.
la lógica dicta que deberían sacrificarse recursos de hoy para prevenir potenciales problemas de mañana
¿Qué porcentaje de recursos de hoy debemos dedicar para prevenir desastres mañana? ¿Un 10%? ¿Un 30%? ¿Un 90%?
Los porcentajes que he dado anteriormente son completamente arbitrarias, sin nada racional que los respalde. Son ejemplos para llevar a la reflexión: no soy capaz de proponer un porcentaje que considere lógico.
Siguiendo la lógica de los procesos de amortización-depreciación (https://es.wikipedia.org/wiki/Amortizaci%C3%B3n), contar con un fondo de amortización-depreciación nos permite «compensar la pérdida de valor o depreciación que experimentan ciertos elementos patrimoniales«. Es decir, vamos reservando recursos (en este caso, dinero) para poder afrontar la pérdida de un elemento patrimonial que se degrada (deprecia) progresivamente en el tiempo.
Si dotamos de recursos a un fondo de «respuesta contra imprevistos», nuestra sociedad podría enfrentarse a fallos o daños severos a recursos necesarios para su supervivencia.
En sociedades colectivistas, este fondo se construiría simplemente decidiendo un porcentaje de recursos al año destinado a la protección.
En sociedades individualistas se abren problemas distintos, dado que pueden darse dos tipos de catástrofes o cambios relevantes: los que afectan a los recursos de un individuo concreto y los que afectan a los de varios.
Si los daños afectan a dos o más individuos, la respuesta ante este imprevisto puede ser coordinada. En nuestra sociedad ejemplo de tres individuos podemos hablar de estos dos escenarios:
- Daños a los recursos de DOS individuos dentro de una sociedad de tres.
- Daños a los recursos de TRES individuos dentro de una sociedad de tres (es decir, todos los individuos de la sociedad).
Preguntas muy importante que debemos hacernos aquí:
- En el caso de 2/3: ¿pueden esos dos individuos por su cuenta, sin necesitar al tercero, afrontar los daños en sus recursos? Si es sí, la teoría dice que abordarían el problema y lo resolverían con recursos propios. si la respuesta es no, necesitarían al tercero para responder al problema. El tercero podría decidir colaborar o no, con el riesgo de que,, si los otros dos no son capaces de recuperarse del daño, puedan arrastrarle destruyendo la sociedad completa.
- En el caso 3/3 (toda la sociedad): incluso colaborando todos los individuos, ¿con los recursos actuales es viable responder al incidente? Es decir, sola y exclusivamente con los recursos que tenemos hoy, ¿podríamos contener un daño a toda la sociedad garantizando su supervivencia?
Estas dos preguntas, en mi opinión, deben llevarnos a reflexionar sobre la imposibilidad de gestionar los imprevistos con un enfoque puramente individualista, dado que las partes no serían capaces de afrontar estos problemas como lo haría un todo colaborativo.
Adicionalmente, pueden darse eventos dramáticos que implicaran que ni siquiera la suma de todos los recursos de las partes sean suficientes para contenerlos. Lo que nos lleva a planificar la «depreciación-amortización», es decir, pensar en el valor de los recursos y reservar constantemente cantidades que nos permitan vigilar esa devaluación en el tiempo.
Veamos desde un punto de vista colectivista. ¿Qué impide al gestor de lo colectivo el rechazar invertir recursos en la preparación frente a las crisis? ¿Todos los miembros del colectivo pueden colaborar vigilando que esos recursos están correctamente dimensionados, planificados y preparados?
Ahorrar para el desastre
Un argumento que podrían emplear los individualistas es que todos ellos podrían reservar cantidades por su cuenta, asegurando que tienen recursos defensivos. Es decir, que cada uno de ellos individualmente retirar parte de los recursos anualmente (por poner un ejemplo de periodo) para prevenir crisis futuras.
Esto en teoría es correcto, con un matiz: si yo fuera uno de los individuos de esa sociedad de tres, ¿me fiaría de que los otros dos van a reservar los recursos necesarios para prevenir desastres? imaginemos que cada individuo encuentra una forma en la que puede demostrarle a los otros que, efectivamente, ha reservado esos recursos. Cuando llegue un desastre, ¿cómo podemos estar seguros de que cada individuo responderá que la parte que corresponde? ¿Y si alguien inventa excusas para no aportar toda la cantidad de recursos necesaria?
Un camino podría ser que cada individuo dedique recursos concretos en cada periodo y que se pongan en común dentro de un contenedor con tres candados, es decir, que solamente se podrá acceder a esos recursos si los tres individuos se ponen de acuerdo. Claro, en este nuevo escenario… ¿qué ocurre si uno o más de los individuos deciden no abrir el candado cuando ocurre una crisis?
Podemos crear un contenedor que pueda abrirse con dos de tres llaves. Lo que nos llevaría a otro posible escenario de abuso donde dos de los individuos se pongan de acuerdo para acceder ilegalmente a los recursos de un tercero.
No hay un escenario posible donde, con un mínimo de desconfianza, podamos planificar una crisis futura desde el punto de vista puramente individualista. Lo que nos lleva a que hay que encontrar formas en las que se definen responsabilidades comunes que se eleven a colectivas.
Por otro lado, en un escenario puramente colectivista, los individuos podrían cuestionar si los recursos planificados son los correctos; en algunos casos, por exceso («pagamos demasiados impuestos»), en otros por defecto («con todo lo que hemos pagado de impuestos, no se ha podido afrontar la crisis»).
La única forma realista, en mi opinión, es la combinación de estrategias colectivistas e individualistas, con distintos mecanismos de vigilancia que permitan que sea viable (no perfecto, viable).
¿Cómo ahorrar para el desastre?
Es una pregunta muy compleja que nos va a servir para ilustrar la problemática de los impuestos.
De manera hipersimplista y con un enfoque lineal, podríamos dividir el valor del activo por un número de periodos y aportar ese porcentaje de valor como recursos preventivos. Es decir, un activo (recurso) con valor de 100 que queramos proteger en cinco (5) años, implicaría un aporte de 20 cada año durante cinco años.
De nuevo, preguntas:
- ¿Qué ocurre si la crisis ocurre en el primer periodo (primer año)? Como solamente hemos aportado 20 sobre una pérdida total de 100, no podríamos afrontar la crisis adecuadamente.
- ¿Qué ocurre con los recursos acumulados si se completa el ciclo sin incidentes? Dado que tenemos ahorradas 100 unidades de recursos, ya estaríamos preparados para asumir cualquier incidente sobre el valor de nuestros recursos… ¿es necesario seguir aportando? ¿Dejamos de hacerlo? ¿Seguimos aportando?
Para compensar la primera pregunta, en vez de aportar linealmente, podríamos aportar más al principio, por ejemplo, 40, de forma que tengamos la capacidad de responder a un incidente, aunque fuera de forma limitada. Esto tendría como implicación que luego aportaríamos menos. Por ejemplo, dividido por periodos:
- Aportamos 40.
- Aportamos 20.
- Aportamos 20.
- Aportamos 10.
- Aportamos 10.
En este caso, hemos decidido aportar mucho el primer periodo y luego reducir las aportaciones en periodos futuros, lo que nos lleva a tener una posible respuesta para la primera pregunta.
Pero, ¿qué hacemos con la segunda pregunta? Cuando tengamos 100 unidades de recursos y no hayamos tenido un incidente, ¿dejan los individuos de aportar al fondo de desastres?
Lo público
De eso va lo público.
Toda una sociedad no puede depender de las decisiones de individuos que puedan querer o no colaborar y aportar para la prevención de desastres.
Algunas veces los desastres son cosas muy evidentes para las que todos sentimos una presión y medio naturales. En esos casos es obvio que vamos a responder por nuestra mera supervivencia.
Otras veces el desastre lo vemos como algo distante. Como no nos afecta en ese momento concreto, a nosotros particularmente, planteamos multitud de objeciones para invertir recursos (son otros los que enferman, son otros los que sufren una riada).
El hecho es que hay desastres que son imposibles de afrontar individualmente y, además, ninguna sociedad puede arriesgarse a depender de las decisiones concretas de cada individuo particular a la hora de afrontar necesidades que tienen impacto en la sociedad en su conjunto.
Es necesario contar con recursos que se gestionen para toda la sociedad, que no estén sujetos a intereses individuales y que sirvan para responder a situaciones que ponen en peligro la estabilidad.
En sociedades pequeñas esto es evidente. En sociedades más grandes, donde los ciudadanos están distanciados unos de otros y no tienen vínculos directos, no tanto.
Las preguntas importantes aquí tienen que ver, sobre todo, con el cuánto debe aportar cada individuo a la «caja común», pero, de alguna manera, todos tienen clara esa necesidad de contar con los recursos.
La gestión de lo público
La crítica más recurrente es cómo se gestiona lo público. Siempre hay quejas sobre si se despilfarra o si esos recursos son vandalizados por corruptos.
Imaginemos que sí, que hay corrupción y que hay despilfarro. ¿En qué cambia la necesidad básica de supervivencia de la sociedad?
En vez de llevar el debate al rechazo de aportar a la caja común, que es una postura esencialmente individualista y con poca sensatez, en mi opinión, centren el esfuerzo en los motivadores de sus quejas: la corrupción y el despilfarro. Más allá de esto, continuaré sobre la premisa de la gestión de la caja común.
Una vez se haya acordado entre las partes la necesidad de recursos compartidos para responder a futuras situaciones de crisis (no hemos hablado de cuánto realmente todavía), debemos preguntarnos cómo se gestionan esos recursos.
¿Hay un cargo rotatorio donde cada individuo asume temporalmente la gestión de esos recursos? ¿Y si uno de los individuos o varios carecen de conocimientos para gestionar esos recursos? ¿Los otros individuos van a confiar en que el que tenga el turno va a realizar una gestión adecuada? Y, la pregunta más complicada de todas… si en vez de tres individuos materialistas, hay uno idealista… ¿los dos materialistas se fiarían del idealista para gestionar los recursos? ¿Y si fueran dos idealistas que deben ceder la gestión a uno materialista? (¿y si uno es de una religión y los otros dos de otra?).
Personalmente creo que son necesarios especialistas. Especialistas que puedan acreditarse, verificarse y auditarse. Pero, claro, contar con este tipo de especialistas tiene una serie de costes y debes que asumir (que llevan a la creación de estructuras de empleados públicos capacitados para cada especialidad).
Conclusiones
No hemos resuelto adecuadamente la pregunta sobre cuánto debe estar en dominio público (y tampoco la pregunta sobre cuánta expectativa de propiedad privada, claro).
Pero sí creo que hemos logrado concluir que necesitamos cierta cantidad de recursos bajo control público, en pro del mantenimiento de la sociedad. El debate, de nuevo, es cuánto, naturalmente (y qué concretamente).
Un comentario
[…] el artículo previo (aquí) hemos tratado el tema de los recursos y cómo estos pueden estar controlados de forma individual […]
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